Páginas de Arquitectura Viva nº145

Colectivos ¿oportunidad real o ficción deseada?

Hace un par de das leía el artículo de Josep M. Montaner en El País llamado “Colectivos de arquitectos" y sentí una especie de dejà vú al venirme a la mente casi las mismas reflexiones que tuve acerca del fenómeno de los colectivos tras leer el número monográfico de Arquitectura Viva nº 145 y que tanto revuelo levantó en su día (especialmente tras el desafortunado editorial de Luis Fernández-Galiano que abre el monográfico) 1. Aunque en ambos me invadió una enorme alegría por ver que desde medios oficiales y desde personalidades de relevancia se abordaba el tema de los colectivos en arquitectura, la curiosidad inicial se transformó en profunda decepción al leer ambos textos “institucionales”.

Vaya por delante que celebro que se les dé notoriedad a los colectivos. Aunque el fenómeno de los colectivos no me es ajeno, no me considero para nada un experto en la materia, y creo que su labor es muy interesante, sobre todo por el tipo de trabajos que suelen realizar. Resulta reseñable el hecho de que en la mayoría de casos, la arquitectura sale de los muros de lo convencional, de su reclusión y discurso endogámico para hibridarse con otras áreas, y sobretodo, para tratar de acercarse a la sociedad, algo que se ha perdido en los últimos años.  Es interesante ver cómo se exploran otras formas organizativas y jerárquicas aconvencionales. Sin embargo, como casi todo en esta vida, también tiene sus luces y sus sombras, y esto es algo que la mayoría de textos, artículos y charlas que abordan el tema de los colectivos de arquitectura han pasado por alto. Esta falta de rigurosidad que denuncio se traduce en que en la mayoría de casos se quedan en una especie de mapeado (normalmente muy colorido para ocultar lo vacío que resulta) o listado de colectivos sin siquiera una voluntad clasificatoria o definitoria del concepto. Es cierto que resulta extremadamente difícil definir qué es un colectivo de arquitectura, pero no por ello debemos de renunciar a tratar de hacerlo, incluso a equivocarnos al tratar de hacerlo. Creo que una de las cosas que hacen interesante a este fenómeno es precisamente esta dificultad por definirlo, no tanto porque cada vez sea más difícil definir qué hacemos los arquitectos o porque no exista una forma jurídica establecida, sino porque bajo este nombre podemos encontrar grupos de lo más variado en cuanto a su composición, la metodología utilizada, la motivación por hacer lo que hacen y por supuesto resultados obtenidos.

Sea como fuere, lo que no podemos hacer es dejarnos llevar por el recurso fácil e inmediato de incluir bajo este paraguas cualquier nombre que aparezca en webs como las de Arquitecturas colectivas o que haya sido referenciado por otro colectivo, lo cual acaba dando como resultado aberraciones conceptuales como colectivos de una sola persona como algunos de los que aparecen listados en lo que debería ser un monográfico en profundidad y supuestamente riguroso. Desgraciadamente hay más crítica en la serie de humor "How I Met Your Mother" en el que su protagonista arquitecto, Ted Mosby, hace mofa de un colectivo sueco de ficción llamado SVEN (que recuerda sospechosamente a BIG) cuando dice "I hate those guys"  y añade en tono burlón "We are not a company, we are a 'collective'" mientras sus amigos se suman diciendo "Lame" y "Pretencious"[^2]

Más allá de esta falta de rigurosidad, creo que es irresponsable presentarlo no ya como la panacea, sino siquiera como una salida profesional real. Primero porque el sistema empresarial o arquitectónico profesional no lo contempla y es extremadamente difícil compaginarlo con la legalidad existente (¿cómo gestionar la colegiación, la firma de proyectos, el visado, la responsabilidad civil, o el pago de impuestos, facturación...?). Creo que lo que se presenta como una práctica habitual o a tener en cuenta es en realidad una excepción, no tanto en el número de colectivos o de iniciativas llevadas a cabo por éstos (sin duda creciente y nada despreciable) sino porque en la mayoría de casos no son siquiera autosustentables a nivel económico. Muchos colectivos son simplemente posibles precisamente porque no gestionan dinero, y los que tienen la suerte de hacerlo y de no haberse disociado, el origen de sus ingresos suele venir de subvenciones que vienen del mundo de lo cultural (¿quizá por ello sea más fácil que aparezcan en capitales de comunidad y/o de país?), algo que es muy peligroso por dos motivos. El primero porque tal y como debe saber cualquier emprendedor o empresario es un error plantear cualquier actividad económica en función subvenciones o ayudas, sean las que sean. Las subvenciones dependen de decisiones políticas y económicas y por tanto son volátiles y pueden disminuir o incluso desaparecer sin previo aviso. El segundo es que el hecho que se desprende de que para hacer este tipo de trabajos se tenga que depender de fondos del mundo de la cultura o el arte, pues al hacerlo se está supeditando la arquitectura a estos dos ámbitos, que aunque son próximos, tienen o deberían tener finalidades y características muy distintas.
Uno no puede dejar de sentirse como cuando desde el Gobierno se dice a los cuatro vientos acerca de la importancia de ser emprendedores pero no solo no se informa de la alta mortalidad de proyectos empresariales (muchos de los cuales fracasan a los pocos años de vida) sino que no se realizan políticas para favorecer no solo la creación de nuevos negocios sino su subsistencia frente a la globalización que ellos mismos promueven.

Así pues, falta por ver lo más importante: si, en efecto, son un modelo válido o son solo una anécdota. Sin esto, solo habrá palabras vacías que en el mejor de los casos será whishful thinking que dicen los angloparlantes, y en el peor se tratará oportunismo. Un oportunismo cuyo mayor mérito sea el hecho de poner sobre la mesa un fenómeno al que a pesar de no ser nuevo se le ha venido dando la espalda sistemática por no ser relevante pero que en realidad es una cortina de humo que esconde algunos de los debates reales y necesarios de estos momentos, a saber: el alejamiento de la arquitectura y la sociedad, la necesidad de diversificar los trabajos de arquitectura, la dificultad de materializar este tipo de trabajos y estructuras, tanto desde el punto de vista de la gestión economico-empresarial como desde el punto de vista legal. Quizá lo más interesante del fenómeno de los colectivos sea, en el fondo, que son a la vez un síntoma claro de que el sistema debe cambiar y al mismo tiempo son una primera aproximación hacia cómo podría ser este futuro necesario. Y también, quizá, cuando tengamos la respuesta a estas preguntas estaremos en condiciones de poder definir qué son los colectivos en realidad.


  1. Algunos de los artículos que hablaron sobre esto fueron: Colectivos, caducidad y crisis, por Santiago de Molina para La Ciudad Viva; Revistas: Arquitectura Viva 145. Colectivos españoles, en arquitextonica; Creatividad horizontal: redes conectores y plataformas, por Domenico di Siena; Los nuevos modelos necesitan nuevas estructuras. El caso de la arquitectura española, por Juan Freire; Arquitectura Viva/Arquitectura Muerta, en Ergosfera. Se da el hecho, además, de que estos artículos han resultado ser mucho más interesantes que el contenido “oficial” que los ha generado, demostrando que se puede sacar mucho más. ↩︎

Carlos Cámara
Carlos Cámara
Arquitecto. Doctor. Profesor. Aprendiz.

Profesor, investigador, aprendiz.
Interesado por las comodificaciones entre ciudad, sociedad y tecnología

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